18 Ene “Y LA MUERTE NO TENDRÁ DOMINIO” DE VICTORIA GUERRERO, POR CAMILA ALBERTAZZO

Y la muerte no tendrá dominio, el último libro de Victoria Guerrero Peirano, nos socava la raíz más íntima de todas: la madre. El cuerpo de la madre y el propio, la acidez de una doble filiación amor/odio, el temblor esencial del ojo cuando hay alrededor un límite que ha traspasado el tiempo y el espacio, son los elementos clave de este texto en prosa poética de tono surrealista que integra muertes, recuerdos y una referencia a Mary Toft, una inglesa que intentó engañar a los médicos diciendo que podía parir conejos. Éstos, emparentados biológica y semánticamente con las liebres, le da al texto un aura mística y sugiere interpretaciones diversas. En teoría y si nos remitimos a algún pensador simbolista como Durand (Estructuras antropológicas del imaginario, p. 299), podemos relacionar a las liebres con el arquetipo lunar. Las liebres, hijas de la luna y portadoras de mensajes de fortuna se relacionan con la figura de la fertilidad. Si a esto le sumamos la tradición alemana, con la que Guerrero juega constantemente, nos encontraremos múltiples referencias a la fertilidad, a parir y a dar forma a la vida desde una matriz. No podemos menos que relacionar este símbolo con Ostara, la festividad dedicada a la diosa celta germánica de la fertilidad. Y no es menor que sea justo esta coneja la que de a luz a Estremecida, esta voz lírica representada como una niña media muerta, cría de una coneja celadora.
El complejo texto de V. Guerrero nos presenta una paleta de colores que se tejen en el campo semántico de la maternidad. Concebir y ser concebida es una sinergia que Guerrero dota de sentido alterno al proponer a su propia madre como una mujer que no ha parido: “mi madre decía que no sintió dolor cuando parió. (…) quizás cuando no has sentido ese dolor no has parido, pensaba yo” (10). A partir de esa afirmación, la voz lírica se propone a si misma como una verdadera paridora, la paridora de la madre en el proceso de muerte. “en cambio a mí me costó varios encefalogramas , gritos, llantos, miedos y poemas parir a mi propia madre” (10).
No deja de ser estremecedor un texto que, sin duda, fortalece la idea ambivalente que el género femenino tiene con la figura materna “yo debí haber titulado este texto “matar a la madre” pero no lo supe sino hasta después” (13). Adicionando a este componente filial un componente corpo-territorial. El cuerpo es el elemento que juega, liminalmente, como un puente para extrapolar la distancia o lejanía que produce la relación madre-hija. El cuerpo de la madre se confunde con el cuerpo de la hija no parida y da lugar a un territorio corporal difuminado. El cuerpo que se ha ido, el de la madre biológica, se confunde extraterritorialmente con los cuerpos de la voz “poeta”, la voz “niña” y la voz “hija”. Es aquí donde no dice Guerrero “los cuerpos no esperan. Los cuerpos piden ser tocados. (…) yo decidí por tu cuerpo. Yo decidí convertirlo en cenizas” (52).
En este pluriverso, los paisajes se confunden entre las ciudades europeas, frías e invernales y la cálida, pero no menos gris Lima, la ciudad natal de la poeta, que pervive en el imaginario y que no establece el límite del viaje geolocalizable y el viaje emocional que emprende la protagonista al morir su madre “venir a una ciudad para que te recuerde otra, pero sin tus amigos, es como venir al centro de una misma”.
A la intensa dimensión del adentro a la que hace referencia el texto, se le suma tangencialmente el afuera. El sistema económico, el capitalismo y su barbarie sin empatía por las emociones destacan en los momentos cruciales en que la voz lírica deja escapar reflexiones como “el dinero lo hacía todo más fácil. La poeta ignoraba ese lenguaje” (24) o “Me recibían en sus oficinas, sonreían bonachonamente, pero la grosera tanatología liberal se impuso: me descontaron la muerte de mi madre” (13). Para la voz protagonista el sistema liberal se mezcla con el médico, los enfermos no son más que números y los profesionales de la salud apenas dependientes y dependientas del sistema. Es un asunto de poder y hegemonías, de la que la voz lírica no es inmune. También hay en el texto reflexiones sobre el lado cómplice del poder y la jerarquía global de la que, a veces, profitamos, “una sociedad que combate constantemente padres fascistas, pero cría conejas con bebés muertos” (29).
Victoria Guerrero ha escrito un libro que knockea en la primera lectura, que presenta el duelo, la madre y el viaje, temáticas imprescindibles en la literatura, con una pluma certera y descarnada, desnudando el sistema financierista, colonial y patriarcal, tomando las palabras de la brasileña Suely Rolnik, y que asola Latinoamérica. En un estilo que en ocasiones nos recuerda a la chilena Diamela Eltit en Impuesto a la carne, Victoria Guerrero nos hace desfilar por los recuerdos de nuestras propias vivencias, por los hospitales pero también por los paisajes europeos fríos y las casonas de luz de Lima y Latinoamérica, tocando fibras de nostalgia como las referencias a Raphael o la reflexión que hace sobre la máquina de escribir versus la computadora, recalando en la visibilidad de los errores “no se como me atrevo a este impudor en unas pocas líneas, ya quiero retroceder y borrarlo. Podría, si, no quedaría huella, no como la máquina de escribir que me regalaste. Hoy todo queda impoluto. Pero nuestros corazones están reconstruidos” (66).
Es Y la muerte no tendrá dominio un texto fraguado en el dolor pero también en la esperanza de aniquilar la idealización de las relaciones filiativas. Amar sin culpas y odiar también sin culpas, asumir el dolor y la lejanía, valorar la pérdida, el duelo, como herramientas de parición personal. El texto de Guerrero Peirano nos invita a descolonizar la imagen afectiva con que adornamos la relación madre-hija, la desnuda y la hace de textura blanda y multiforme, de modo tal que podamos moldear a nuestro propio ritmo la sensación que como lector deja un texto tan íntimo y a la vez tan abierto. Y es que como dice Chantal Maillard en su ensayo La baba del caracol “ El dolor es nuestra condición. En el todos podemos reconocernos. Y, sin embargo, es lo más absolutamente individual”(42). Es esta condición con la que juega el texto de Victoria Guerrero y es lo que lo hace profundo, intenso, pero además universal. Siendo el dolor intransferible como dice Maillard, Guerrero nos hace transitar por el suyo propio y por los nuestros, dotando de universalidad las premisas de la relación. Es una hija en Latinoamérica, es una poeta que transita el duelo, es una madre-sanadora de sí misma y de sus relaciones, es una mujer que descorre el tupido velo y que se hace imprescindible de leer.
NOTA BIOGRÁFICA
Victoria Guerrero Peirano es profesora, poeta y activista. Recientemente ha aparecido su libro “Y la muerte no tendrá dominio” (FCE, 2019), un ensayo híbrido. En poesía ha publicado “En un mundo de abdicaciones” (Lima, FCE, 2016), además la novela corta “Un golpe de dados (novelita sentimental pequeño burguesa)” (Lima, 2017, Cusco, 2015 y Tijuana, 2014). A dúo con el poeta chileno Raúl Zurita, “Zurita +Guerrero” (Guayaquil, 2014) y el compilatorio de su poesía bajo el título de “Documentos de Barbarie (poesía 2002-2012)” (Lima, 2013) (Premio ProArt, 2015) que comprende los libros: El mar ese oscuro porvenir, Ya nadie incendia el mundo, Berlin y Cuadernos de quimioterapia. El 2020 ganó el Premio Nacional de Literatura de su país en la categoría No ficción con su libro “Y la muerte no tendrá dominio”. Sus poemas han sido publicados en diversas revistas y antologías nacionales e internacionales. Ha sido invitada, entre otros, al World Village Festival de Helsinski, la Feria del Libro de Bogotá, el Parnassus Festival de Londres y al Latinale de Berlin. Es doctora en Literatura por la Universidad de Boston y máster en Estudios de Género. Ejerce la docencia en la Pontificia Universidad Católica del Perú.
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