02 Dic «TRENES» DE ROXANA CRISÓLOGO, POR EMA UGARTE

Cuando Gladys me invita a presentar este poemario, me explica a grandes rasgos de qué trata, porque yo no lo conocía y entonces quedé tan sorprendida de lo primero que me cuenta, de ese tren, ese viaje, pero no cualquier tren ni cualquier viaje. De niña era asidua a las películas de terror, una de las que vi y jamás olvidé es “pánico en el transiberiano” Más que provocar miedo; aquel hombre de ojos blancos como de cabezas de pescado cocido, se transformó en un sueño hacer algún día ese viaje, en el transiberiano, de Rusia a Beijing. Entonces esta invitación devino en regalo. La posibilidad de viajar a través de la poesía en la voz de una mujer latinoamericana. No quise averiguar más y me dispuse a emprender este viaje en tren.
En una primera lectura me llamó la atención la no exaltación de países ni razas ni de una cultura sobre otra; No habían comparaciones. Más bien sí una búsqueda un ojo empeñado en el rescate de personajes: el joven de boina roja, las chicas holandesas, los cabezas rapadas, muchachas judías, el ebrio que se mira en las ventanas, la mujer del escritorio que crece bajo sus manos, muchachos de negro rubios y lacios. los hombres rezan dibujando un punto en el horizonte, unas muchachas con pinta de italianas, en fin.
Un rescate que parece toda una odisea frente a la inmensidad del paisaje; uno que a ratos se torna abrumador:
“odio las montañas
no tengo por qué explicar
un origen demasiado arraigado en mis ojos”
Se puede sentir una desesperación medular frente al paisaje de una historia: las montañas, lo enorme, el desierto; allí donde han quedado los cuerpos anónimos de pueblos masacrados:
“que el desierto ha dejado
como un tapiz de ahogadas voces
en mi lengua
hasta que respirar se hace en viajes
cada vez más cortos”
Y entonces el respirar se tensa, se acelera, se pone alerta.
Hay una voz poética que no deja lugar a dudas: mujer latinoamericana.
Esta observadora aguda que sabe de miradas, hay una historia de ser mujer en todas las culturas, una condición alerta que es más universal que el pedir agua:
“un cruce
atolondrado de formas
y empiezo a entenderlo todo
acumulando voces como dialectos
afines al tacto
mientras agua sale de la boca
no como una palabra”
Veo una bitácora para no olvidar ciertas cosas que aún no sé, pero en esa acción me reconozco.
Ella escudriña en culturas distintas. Las de arriba, las de la gente alta:
“cómo explicarles que soy demasiado pequeña
que no consigo bajar la persiana”
Y en este hemisferio al revés, ella parece ser la extraña:
“no soy una vendedora más
ni sé de excursiones
Lonely Planet
al centro de la Tierra”
Es un poemario extenso por las distancias que recorre y por las veces en que re- torna, re-cuerda. Un relicario (re-ligar)
Un poemario como un estómago donde el larguísimo intestino se acomoda dentro de un cuerpo: un formato, un libro. Un intestino que transporta, un tren que va y viene, un espacio en constante movimiento de retener/ absorber y dejar ir, donde algo permanece y otras cosas son desechos del olvido.
Un viaje como un gran riel extendido de ciudad en ciudad, de país en país y de cuyos durmientes cuelgan fotografías con perros de ropa o “pinzas” algo así como los cordeles que penden de las ventanas de las casas de los cerros de Valparaíso, cordeles para tender la ropa, cordeles que dicen de quien habita o no allí. Los personajes rescatados en fotografías por la poeta parecen ser cordeles vacíos que hablan con elocuencia de quienes no habitan allí, de quienes van de paso, de paso por la memoria de la autora:
“en esta hora
en que el paisaje se congela
como las fotografías de un álbum familiar
y recorro sus más delicadas poses
y las comparo con las líneas del tren
me pregunto si habrá espacio
para un río más”
Hay un diálogo profundo, íntimo, pero hay otros momentos en que ella parece ir conversando con alguien, una amiga, (yo me vi a ratos sentada en ese tren) escuchando un relato que en momentos muta en susurro al oído, un secreto de a dos. Pero este diálogo no siempre esperar réplica, porque de pronto la interlocutora es ella misma, las mujeres que la habitan: la niña/nieta, la niña/hija, la amante, la poeta. Mas, en cada una de las conversaciones hay un relato que no excluye a las demás, porque siendo una obra innegablemente profunda, es también amable, envolvente y transversal:
“asumo esta opción
la soledad”
Hay un juego con los matices del verde, un juego que en momentos es cruento y severo:
El verde bilis, aquello que ocurre aun cuando duermes:
“verde insiste
en posesionarse
como el espejismo de la inacción”
El Verde del Báltico, de la inmensidad y el hastío.
La bilis, la ira, la pudrición del “spleen”,
El hígado produce alrededor de 500 a 600 ml de bilis por día. La bilis es algo así como sedimento de un río de sangre vieja.
“Somos las hijas del limo putrefacto” Escribí hace poco, por ahí, en algún papel ( “A Octavio Paz no le gusta esto” diría un meme aburrido)
Estos eritrocitos senescentes son el pigmento que le confiere a la bilis su color amarillo-verdoso. “Verde que te quiero verde”.
“ni falta de movimiento
aún quedan tantas horas
¿tendrán el mismo efecto
dolerán igual?”
Abruma el paisaje y el interior, vuelve a sí misma a sus dolores a lo que puede nombrar sin interpretaciones, a sus piernas, a su cuerpo:
“dejar_
se
A
F
L
O
R
A
R”
Aparecer.
Hay accidente en la memoria del cuerpo y las consecuencias. Un choque, vidrios rotos. La Noche de los vidrios rotos en la Alemania nazi:
“en un alemán
mal masticado
aun queda en sinsabor
en la piel
y la patraña que esconde el pan negro
y afloja los dientes
y endurece el alma”
Y me recuerda un poema favorito. “Fuga de muerte” de Paul Celan
“Leche negra del alba la bebemos de tarde
la bebemos de ocaso y de mañana la bebemos de
noche
bebemos y bebemos”
Celan recrea, el mito que no funda, una y otra vez sucede en las células del sobreviviente. El alimento negro por las cenizas que caían de los crematorios.
Y de este horror parece ser rescatada por otra:
“pero ahora ambas leemos
amamos
esperamos
los capullos
se sonrojan a esta ahora que
nos mira de frente
inquisidor y desafiante”
Y lo que salva parece ser el descanso, el ocio, el abandono de la razón. Ese detestable dios apolo, perfecto e inquisidor. La mujer que desafía a la ciencia, al orden de un jardín japonés, un orden. Una verdad.
Hay una pugna, un enfrentarse a la luz, al sol como un dios omnipresente, lo nombra, lo descubre, lo desafía, en los tajos de luz:
“-el sol encerrado en una lata
de conservantes-“
Y en otra parte dice:
“cuando los pájaros se estrellan
contra sí mismos
y buscamos las mejores lámparas
como mejores ideas detrás de la luz”
Allí, detrás, no en una sombra pre dibujada por el sol, más bien oculta en un lugar propio:
“yo que he perdido de vista a dios
sigo los dibujos de sus movimientos esperando encontrar
alguna pista
pero solo me doy con la luz opaca de un kiosco
los tableros que indican direcciones precisas y me recuerdan
las decisiones prácticas”
La luz opaca de la causalidad, las decisiones prácticas en busca de un único efecto.
Ella lo desafía:
“y de seguro algo explotará antes que la luz parpadee
pienso en los poemas que olvidaré si eso ocurre
en ese vano intento por convencerme de que no habrá tiempo
para ver los detalles
el chispazo me atravesará como la certeza
de que lo único que transcurre es lo que empezamos a dejar”
“hace falta una rockola
que diga las cosas desde el corazón
hace falta un viento fuerte
hacen falta
cortes de luz
hace falta algo
que le ponga orden
a esta pesadilla de bailar sola”
Es un reto al orden establecido al pater noster occidental. La mujer que no se esconde del sol, lo observa desde otro lugar, el punto ciego del Sol. Un lugar desde donde ella puede mirarlo sin enceguecer y sin que él la descubra:
” son todas iguales claro
menos tú corrige el taxista
jura que le voy a creer
asume que le voy a estrujar la mano
arrancar una a una más fracesitas
tan estúpidas como esa”
Y en un momento de este periplo se asoma el regreso
El regreso a casa que a ratos parece un terreno agreste y que la autora domina a punta de canciones y recuerdos de infancia:
“soy la pequeña que ve el mundo
desde la rueda de chicago
a falta de electricidad dos muchachos
le ayudan a alzar vuelo”
Y una madre que canta en la casa. Hay felicidad en una casa en que se canta y si es la mamá, es magia.
Y de pronto el retorno se hace más latente “en lo que el cielo arrastra” Como cuando estando en tierra fría:
“me aferro a lo que el cielo arrastra
para mantenerme despierta”
Y ya casi al final del retorno, y el recuerdo en casa, descubrimos algo de este sortilegio que puede salvar la vida de una mujer sola en tierras extrañas.
“y nos preguntábamos por el destino
de lo que el cielo
misteriosamente traga”
Lo que traga tras el paso del tren
Este tren del abuelo que un día se detiene, se establece para dedicarse a lo “suyo”:
“que siempre supo de
cuál era el tiempo
un día dejó la línea firme
y volvió a lo suyo
ser arriero”
¿Es una profecía, un designio?, así como su abuelo rescataba cuerpos de la línea “de los que no consiguieron sacar el cuerpo a tiempo” del primer poema “Mi abuelo”. Cuántos suicidios esconde la vía férrea:
“el tren de un lado de la estación
el lado desde donde desprenderse
se hace más fácil”
Dice el poema “La sagrada Familia”
Cuerpos del olvido de sus cuerpos, de su carne. Ella hizo de un viaje una proeza de rescate. ¿Será que un día parará el viaje y se dedicará a lo “suyo”?, ¿arriar los versos que logró proteger de su propio olvido?. Arrearlos para no perderlos en ese algo que pasará y la hará olvidarlos.
Y el remate lo tiene este designio:
“es lo que un arriero
acostumbra hacer
y no le queda más que el privilegio
de sus palabras”
Trenes es un libro insondable como las distancias que recorre, ya lo dije.
Para finalizar me quedo con estos versos que me tocan directo al corazón, a una propia hija silenciosa y al universo como un iceberg que se proyecta hacia el interior tras una boca que se frunce de preguntas:
“ahora que perdí la noción del tiempo
y las luces de los trenes
una dirección cierta
y mi hija estudia una lengua
que la hará aun
más silenciosa”
……………………………………………………
DATOS DEL LIBRO:
TRENES
PRIMERA EDICIÓN:
MÉXICO, EL BILLAR DE LUCRECI, 2010
SEDUNDA EDICIÓN:
EDICIONES LIBROS DEL CARDO, CHILE, 2019
La fotógrafa que aparece en portada pertenece a Joanna Lindén-Montes.
NOTA BIOGRÁFICA.
Roxana Crisólogo Correa es una poeta, trabajadora del arte y gestora cultural que vive y trabaja en Helsinki, Finlandia. Ha publicado los libros de poesía Abajo sobre el cielo, Animal del camino, Ludy D, Trenes (El Billar de Lucrecia, México 2010) y Eisbrecher / Rompehielos (hochroth Berlin 2017).
Su último libro titulado La belleza, escrito gracias a una beca del Finnish Cultural Foundation, aparecerá bajo el sello editorial Filodecaballos de México.
Crisólogo es la fundadora de Sivuvalo, proyecto de literatura multilingüe cuyo objetivo es hacer visible en Finlandia la literatura escrita en otras lenguas que el finés y el sueco.
Actualmente trabaja como coordinadora en Finlandia de Nordic Literatures in Change and Exchange (Nolitch X) proyecto literario dedicado a la creación de redes para escritores que trabajan en sus lenguas maternas en la región nórdica. Roxana Crisólogo es presidenta de la Asociación de Escritores y Artistas de Izquierda “Kiila”.
Ella forma parte del colectivo multidisciplinario La Colectiva, que reúne poetas y artistas radicadas en Helsinki que utilizan la poesía para experimentar su relación con otras formas de lenguaje.
Su trabajo ha sido apoyado por la Fundación Kone, Finnish Literature Exchange (FILI), Arts Promotion Centre Finland (Taike), Kari Mattila Foundation y Finnish Cultural Foundation (SKR).
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