05 Ene «HOMERO CARVALHO Y SUS QUIPUS», POR MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ

omero bienhumorado como siempre, generoso, entusiasta con la obra y los trabajos ajenos, dando, ofreciendo. Se ha convertido en un eficaz embajador de la poesía boliviana, siempre de un lado a otro, fuera del país, y dentro, en rincones que autores demasiado pagados de sí mismos, desdeñan: escuelitas, centros culturales de pueblos y ciudades pequeñas… un público de gente que de ordinario no cuenta para nada y existe, y lee y escribe y crea.
A Homero le conocí hace unos años en Santa Cruz, al hilo de una feria de libros, y escribí algo sobre una novela suya que me había gustado: La maquinaria de los secretos. Ya entonces me pareció alguien de fiar que creía mucho en lo que hacía, pero muy atento a lo que hacían los demás.
Hemos cenado en el Rincón Español, un restaurante que de español solo tiene el olor a rancio, donde conspiraba o desde donde gobernaba, a golpe de plato de callos a la madrileña, el millonario Sánchez de Lozada, dicen, insisto, porque aquí entre lo que dicen y es o fue hay una distancia de verdad literaria. Las andanzas de Ciro Bayo sobre la mesa y otras andanzas, menos antiguas. Bolivia no podía estar libre de tener su rosca literaria (y roscas de todas clases). Me engañaba porque no la veía más que de lejos. Los escritores de una ciudad y otra están enfrentados, y se muestran poco aprecio: los de La Paz, los de Santa Cruz, los de Cochabamba, alrededor de sus universidades y periódicos. Homero Carvalho parece planear sobre esas miserias y Ramón está, de siempre, a otras.
Total que entre una cosa y otra se me ha echado encima la noche. Homero me ha regalado su último libro de poesía, Quipus, y cuando me he quedado solo, desvelado, después de escribir la nota anterior, lo he abierto y leído despacio, atrás y adelante, y he terminado emocionado, tal vez por la noche, muy fría, por el acullico, por la conversación con los amigos, pero sobre todo por los versos o por lo que estos me han removido. Si el poema no te conmueve, esto es, si no te (re)mueve, es como si leyeras letra muerta o, peor aún, como si estuvieras muerto, pero en vida.
Quipus, nudos, cuerdas, memoria, identidad, reconocimiento del propio mundo, el más genuino… Qué es un quipu y para qué sirve o servía, lo explica muy bien Homero con sus versos, trasladando a estos lo que fue un sistema mnemotécnico andino hecho a base de cordeles de varios colores y de nudos, que lo mismo servía para llevar contabilidades que, según otras fuentes, para conservar el relato de lo vivido, de lo padecido, de lo soñado, de lo que se fue y se es. Cada color un territorio y un significado: morado, negro, beige, blanco, rosado… el tiempo, el viento, la guerra, el poder, la muerte.
Copio uno de los epígrafes del libro, sacado de la Nueva corónica y buen gobierno, de Felipe Guamán Poma de Ayala: «Los escribanos asentaban todo en el quipu con tanta habilidad que las anotaciones resultaban en los cordeles como si se hubiera escrito con letras».
Más que citar versos, copiaría el libro entero.
Quipu morado
Taki Onqöy
Nunca hubo sumisión
les hicimos creer
que creíamos en su dios
y en sus santas y santos
El poema, ¿dónde está el poema? Como un fantasma, aparece cuando menos se le espera, pende de un hilo, como un quipu, nudo y recordatorio de vida, mensaje. El poema como una tela de araña en las ramas, entre las hierbas, al amanecer brillante, luego desaparecida, el poema era esa tela y las gotas de rocío en ella atrapado: montañas, ayllus, almas (ajayus), vientos, coca y ayahuasca, muerte y vida, hielos, alpacas, papas y cerros nevados… «el altiplano era un aguayo de infinitos colores».
Ahora, en la noche, las luces incontables «de la ciudad oscura» que suben al Alto, donde fue martirizado y descuartizado por los españoles Tupac Katari para escarmiento de rebeldes: «me matan a mí, pero no saben cuántos vienen… y dicen, los que estuvieron, que un viento hereje poseyó a La Paz y desde entonces esta ciudad no tiene calma».
Leo y releo, y advierto que Homero es un poeta que no se hace moderno ni urbano, sino que busca su animal interior, ese que está en contacto con nuestro ajayu y busca sus raíces originarias, de mirada y de lenguaje, en la tradición de pueblos que están ahí, en una mutua pertenencia, Moxos originario el suyo –el de su libro Los Reinos Dorados–, altiplano y La Paz helada de su juventud, donde le aparece el guía de los quipus, don Filomeno, sabio, con sus nudos en la mano como mejor regalo: un nudo de cabellos como una constelación y un testimonio de amor sin edad.
NOTA BIOGRÁFICA
Homero Carvalho Oliva (Bolivia, 1957). Escritor y poeta, ha obtenido varios premios de cuento a nivel nacional e internacional como el Premio latinoamericano de cuento en México, 1981 y el Latin American Writer’s de New York, 1998; dos veces el Premio Nacional de Novela con Memoria de los espejos (1995) y La maquinaria de los secretos (2008). Su obra literaria ha sido publicada en otros países, traducida a varios idiomas y figura en más de treinta antologías nacionales e internacionales tanto de cuento como de poesía. Entre sus poemarios se destacan Las puertas, Diario de los caminos, Los Reinos Dorados, Quipus, Bautizar la ausencia y Memoria incendiada. El año 2012 obtuvo el Premio Nacional de Poesía con Inventario Nocturno y es autor de diversas antologías, entre ellas la Antología de poesía del siglo XX en Bolivia, publicada por la prestigiosa editorial Visor de España y la Antología de la poesía amazónica boliviana, Ediciones Sur de Cuba. Premio Feria Internacional del Libro 2016 de Santa Cruz, Bolivia.
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