05 Mar ABIGAIL PARODI: «UN CUERPO QUE AÚLLA», POR AYELEN RIVES

¿Cuánto tiempo toma deshacerse de un nombre que nos caló en la carne? ¿Pueden las palabras vaciarnos la desesperación? ¿Pueden los poemas aquietar las aguas, esa «lenta agonía de la desesperanza»?
Cada poema de Abigail Parodi sondea esta posibilidad: que el lenguaje deshaga el dolor. Casi a la manera de un diario, recorremos los días y los meses de un año que no termina de pasar, porque el cuerpo sigue atrapado en la necesidad de decir. La escritura, sin embargo, no es la de un diario: contempla. Mira con atención el mundo natural que la rodea y lo que sucede dentro de sí misma. Escribe con ansiedad por devorar lo que quedó del otro lado de la jaula.
La voz que va recreando es un aullido que no para: la furia está siempre pronta, deseosa de romper con todo (hasta consigo misma), latiendo bajo las palabras (Algo está haciendo ebullición / descontroladamente vivo / en medio de mi cuerpo). Su paisaje va desde lo que ya no le pertenece (alguna vez / fui dueña de mi cuerpo), que está repleto de huellas de los otros, del cruel mundo (arrancarme de raíz / la larga sombra / de esa sombra) y de los rastros físicos del dolor (la piedra tallada de mis brazos), hasta cierto paisaje de infancia, la tierra con la quiere fundirse, el árbol, las piedras y el río (todos los paisajes /a los que me iría).
¿Acaso también saben morir
los días, las hojas, los andenes,
los sinuosos bramidos del verano
que me estallan en los ojos,
en las manos?
La muerte acecha en cada verso, a veces como deseo desesperado, a veces como algo que ya ocurrió (una especie de voz post-mortem), e incluso como proyecto ulterior para dar fin al asedio, a la escritura de la desesperanza (¿publicar no es también una forma de quemar nuestros poemas?). Hay un deseo evidente por estallar, por encontrar y liberar esa furia que le derrite los huesos, las muelas, la sangre hervida. Pero aunque lo intenta, ni el amor ni la furia llegan más allá. ¿Por qué todo es fuego contenido? Ese es el aullido de dolor: la furia que quema dentro y que no puede salir. Por eso el deseo de muerte, por eso quemarse hasta los poemas, hasta el fantasma.
Abigail no aúlles
…
Abigail pensé que estabas viva,
que tenías ganas de vivir.
La referencia en tercera persona rompe la sordidez del dolor: ¿se habla a sí misma o es hablada por otros? Permitirse nombrarse en monólogo interior en un juego de voces nos devuelve, con cierta ternura, al plano de lo real: poder reírse de una misma salva de la solemnidad de la muerte.
¿Y qué nos queda después? Una sombra que no se extingue, una sombra que vuelve en pesadillas. Pero «La sombra sólo es sombra / y a tu nombre algún día lo encontrarás«. Porque es esa la pregunta detrás: después de tanto buscar y tanto escribir, ¿dónde estoy? ¿Dónde está la verdad?
¿Dónde late exactamente el punto
donde ya no quiero desaparecer?
Después del fuego, del cuerpo ardido y consumido, las cenizas de lo que fue se esparcen fácil con el viento y lo que queda, siempre, son los poemas, los aullidos.
NOTA BIOGRÁFICA
Abigail cuenta 23 años jugando a ser humana en la tierra. Nació en un pueblo de provincia de Buenos Aires, dónde creció, hasta mudarse a Capital Federal. Hoy día asumió su alma nómada y no reside en ningún lugar en particular, aunque prefiere el monte antes que el asfalto. Escribe desde los 9 años, hasta que se dió cuenta que la palabra sin cuerpo no es nada, y también se dedica a la danza. Publicó su primer libro Donde mi Pronta Furia con el mago Camilo Sánchez y la editorial El Bien del Sauce, en 2020.
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